domingo, 6 de julio de 2008


El mismo espécimen
con sesos de mangú de plátano.
(Crónica que ladra y muerde)


Por
Rannel Báez


“Con la ayuda de Dios y de la gente...
Yo quiero ser presidente...
Y voy a ser presidente.
Me pondré la ñoña.
Y me sentaré en la .”

- Eslogan del folklore político dominicano -



Todo el país, desde el alba de Salvaleón, hasta el crepúsculo del Masacre, sabe con lujos y detalles a quien me refiero en el título rosa, de noticia humorística, que encabeza la página de mi viejo y estropeado cuaderno de agronomía. Me temo que yerras si te imaginas cualquier figurela de factura predestinada o de la diáspora contemporánea. Es por este estar suponiéndonos cosas que siempre nos vemos en la encrucijada de “huir de la vaca que no es, para enfrentar al toro que sí es”. Cualquier parecido es circunstancial, arbitrario y coincidente. Dicen que cada cual tiene su doble al otro lado del mundo. Por eso eres libre de comparar fisonomías y de juzgar a posteriori. Ahora, que quede claro, si no reconoces al perro, ni oyes ladrar al loco, pierde un segundo antes de subirte a la caravana y vuelve a leer el título, por si las dudas de mentecato te mellan el entendimiento. ¿Ya? Si lo reconociste, amén. Si no, pélate a cacopela’o, colócate un rabo de perro viralata en el trasero y ponte a ladrar como un loco, y ya eres el mismo personaje de feria y circo por el que votaste para que gobierne la jauría de galgos criollos y cruzados que habitan la República encadenada: los “Domini Canes: Perros del Señor.”
Nunca imaginé que las notas que un día garabateé en este inútil cuaderno, mientras estudiaba el fenómeno epidemiológico de la “mosquita blanca” en el galpón universitario, me servirían de contrapelo para enjuiciar las locuras de un estudiante mediocre, cuyo empecinamiento era ser presidente. Loco testarudo y de fe, porque así ha sido. La función anarquista, paródica, del cuaderno será convertir al loco en perro.
De más está decir que no había necesidad de divulgarlo por el internet para que filósofos, mercadotécnicos, sociólogos, críticos, politólogos, magos y antropólogos “webiaran” en su PC con la intención de opinar con erudición perruna las coyunturas y azares que permitieron que los pronósticos y vaticinios del perro se idealizaran.
Por lo que no seré yo, agrónomo sin ejercicio, el que siga por esta ruta de especulaciones y maledicencias, gruñidas con resaca y con euforia tanto por los que ganaron como por los que perdieron, así como por los que se quedaron con el tajo de carne y por los que le “mataron el perro en la funda”; por costumbre, por vergüenza y por convicción no ladraré fórmulas banales sobre este asunto, cultural y folklórico en la palestra politiquera, que ya “jiede”, y que no revestirá ninguna importancia para la posteridad. Achaquemos estos engendros, no a un aborto de la naturaleza, sino a los pruritos y sinequanones contradictorios y funestos de nuestra bizca modernidad, y, sobre todo, a las plagas de perros con chancleta y corbata de esta selva pedilona y conformista.
Si se pierde este zarandeado cuaderno, ni quita ni pone ningún collar al panorama. El que desaparezca, por cualquier ventarrón batatero, no evita ni complica tu contagio. El mal de perro jambroso es endémico. Si por el contrario y por ventura, perdura y cae en tus manos, perderás un segundo leyendo el título, antes de subirte a la caravana, y si no adviertes el metamensaje yugular, harás lo que dice la receta dada unas letras más abajo, si no te castran el buen humor.
Si por los azares del trópico cae en las garras del GCP (Grupo de Calieses del Presidente), y por ende, llega al perro mayor, hará lo típico: cogerá una rabieta con su buen amigo de parrandas y siembras; me mandará a trancar; me soltará un boche público, con el poder de la propaganda, que hundirá mi etiqueta de aprendiz de fabulador en la veleidad del chisme; o cancelará mi exequatur (en desuso) de agrónomo tuberculista.
Pero, obviemos estas situaciones, asumiendo las consecuencias domésticas de perro y presumido poeta y de jubilado agrónomo, porque dicen los materialistas que “no tiene derecho a la palabra, aquél que no defiende con la vida, su opinión”, y aquí entra la polisemia de la literatura o el injerto en agricultura. Al espécimen con sesos de mangú de plátano se le fueron las cáscaras a la cabeza y comenzaron las comiquerías de chacabana y las pretensiones chabacanas. El loco que quiso volver loco a los que locos no eran, aquí, en mi cuaderno universitario, es un perro empedernido, que se vistió de oveja, como todos los perros de ladridos sospechosos. Para su orgullo, de pelo en el pecho, después de las perrafernalias, se hizo un perro tiránico con rabia verde al que le haremos su estatua en el zoológico.
El día que el Juan, con su qui entre la a y la ene, su bala sabichoza y maquiavélica en la recámara, y con la o de jorocón en su nombre de cortesano; y cuando el Juan, con su boche filosófico a flor de labios, con su figura indeleble, sin manchas, y con sus cuentos exiliados, se sentaron en sus poltronas y dejaron a sus cachorros al libre albedrío de las jornadas, el perro candidato, a un tris de ceñirse el solio de Honorable Perro, ladró toda la noche, se puso ronco de aullar, y antes de que cayera el alba de Salvaleón, la Junta conjunturalmente contaba los últimos votos votados por las perradas parciales del Partido Amigo del Hombre Doméstico ( El PERRODOM), y se le oyó decir al incumbente: con estos votos ganó todos los poderes del Canódromo Nacional.
--Acabó con to’, coño, te lo dije, Tribilín— dijo un celebrador de este acontecimiento.
El PELUDOM (Partido de los Peludos) se quedó tranquilo con el rabo entre las piernas, y el Partido Elitista (PERROESESE) no tuvo más remedio que rascarse el rámpano de sus pulgas coloradas.
Cuando el contador de la Junta, Don Mon Morral, contó el último voto babeado por el perro de rabo blanco comenzó a invadirlo un hipo, un hipo de locura, un hipo político, un hipo que le fulminó algunas celdas del juicio. Este ejemplar de buldog, reaccionario y patán, con pelambre grasosa y maleable, con un tic nervioso gordo y bruto, repetía tiránicamente, “tan preso por la guardi’e Mon”, dándole sabor de fiera a esta frase cimarrona de fusta caudillezca, y gagueó con hipo...
--Hipo... hipo... hipotéticamente ganó... hipo... el sabueso de la raza sin pelo y sin juicio. —Así culminó su sentencia, este Mon común, con el mismo hipo entre dientes y complicidad.
El conteo de votos no tenía importancia. El último boletín pasó en blanco de tantos votos magullados, mordidos, rabiosos, emitidos en apoyo irrestricto al último can de estos campos inconscientes y aventureros.
Ya no importaba nada. El gran mastín, ladrido en ristre, jadeante, mordisqueaba como animal poseído y sacudía sus cueros y pezuñas de alegría. Reinaba la locura colectiva, cuando la Junta se juntó para proclamar. Y en el fondo de este cuadro, de plástica sabuesa y sin marco ni pintura, se oyen los perros ladrar, como en el cuento de Rulfo, emperradamente. Jai Jai Jai. Y se siente como un lamento de perro. Al amanecer, con el lucero del alba opaco y la aurora boreal desteñida, se decretó un cese a la bulla de perros. Pero ya era noticia, rabiosamente muerta, que había ganado la hipocondría. Momento en que vuelvo y tomo el cuaderno de agronomía y comienzo a recordar entre fórmulas de trasplantes y viveros, los desplantes demagógicos, las poses en dos patas, el rastrillar de mandíbulas, los discursos caninos y la seguridad gagueante, rayana en la pedantería, con la que el loco, de sesos de mangú de plátano, compañero de clase de fitogenética, decía que “quiero ser presidente y voy a ser presidente”. Yo escuché perrosidente, más de una vez. Los colegas ignoraban la distancia del neologismo. Entonces, cumplido el ladrido, sólo queda la resignación. Mantener el olfato. Romper las hojas inservibles de este azaroso cuaderno, porque la literatura de un agrónomo que ha querido ser poeta, como el presidente, perro, no sirve para morder, pero muerde, si la “juchas” por el lado donde las palabras duelen.
¡Qué jauría! ¡Cuánta rabia! Los perdedores tuvieron que vacunarse con el último boletín contra el síndrome de la sarna funcionaria. Ladraron con lamentos estomacales, jai, jai, jai; no sólo porque ya no seguirían lamiendo y amasando su buena masa de carne y sus enchuletados huesos, sino porque también se ordenaría ponerlos en cuarentena con cadena y bozal junto con los canes desahuciados en la Cárcel del Enjaulado.
El partido de la plebe no podía seguir abajo con las amenazas de la globalización, con la escasez de piltrafas y con las importaciones de “piurina popi cho”, esa comida de perro de papimami. Por eso las votadas fueron unánimes, por el futuro de los cachorros, y, ¡por Dios perro!, por el enllavismo: Pistolón es jefe de las milicias. Piraña, es aduanero. Truño, Fiscal General. Pulgoso, Calié de Estado. Candela, Secretaria del Perro Constitucional. Látigo, Director de Control de Precios. Veneno, Inspector del Plan Social. Rabuna, la perrita faldera de todos los funcionariotes con placas oficiales de tres números para abajo en el anillo perracional. Pegajoso, el típico, loco y “jediondo” ahuizote (Agüizote en la parla nativa) de todos los políticos pelafustanes y siquitrilladores, que vive meneándole el rabo a cualquier partido. Chapita, nombre afeminado y odioso del fantasma megalómano y sátrapa del perro decapitado, que ahora merodea entre pasillos rojos y corredores verdes, entre cariátides y espejos, con ladridos profundos y parafernalios, asustando a los que pretenden imitar su estilo de gran can benefactor. Esta es la clave de todo cancerbero, para que en vez de garrapatas, le caiga cuarto en los bolsillos: ser amigo de todos los perrodomistas del gobierno.
Con el último voto llegó la hora del engorde y de mordida por mordida y diente por diente. Comenzaron las radiobembóticas, las televisionadas, y las periodistosas:
--Mientras haya perros que voten habrá patria --dijo un oenegeísta de la Sociedad Protectora de Animales no gubernamentales. (Un mensaje de Perrilandia y esta emisora).
--“Mientras más conozco al hombre, a los perrodomistas imperiales, más quiero a mis perros”--dijo el Presidente, con más petulancia que filosofía.-- ¡Viva el Partido Amigo del Hombre Doméstico! Sólo el Perrodom muerde al Perrodom --finalizó profético. (Espacio Pagado).
--A este país, “rico, pobremente administrado”, desde Salvaleón hasta El Masacre, le falta vacunarse contra los zarpazos de los tutumpotes. Este singular país de perros que el Mir veces poeta, colocó “en el mismo trayecto del sol”, antes de que el locobobi fuera presidente, “no lo salva ni la burburaca, si no hay revolución”—aulló a la luna, un pobre perro, líder del barrio Las Costillas de Machepa. (Discurso de la Coordinadora antiimperralista).
Antes de que los fieles electoreros comenzaran su arrepentimiento, sin que mediara ninguna iglesia ni brujería, cada vez que el perro presidencial ladraba y mordía impuestos y decretos, a favor de unos pocos hociqueros y panzudos, que viven en marquesinas y chalets, y en contra de las grandes perradas, flacas y realengas, que habitan en patios y jurunelas desde que el mundo es mundo, por olvido de Dios y por responsabilidad del gobierno de perro que administra la gran jaula, vino una poblada de azuzamiento y foete, porque ya no había, ni siquiera, donde orinar levantando la pata libremente.
La Mamagüelita recordó los tiempos de “los perros amarrados con longaniza”, y con el último refrán demagógico soltó su perro de confianza para que fuera a buscar empleo donde “nuestro presidente”. Al tercer día supo de su envenenamiento por estar invadiendo y virando zafacones en la vía pública. La vieja enterró su perro, jurando no votar jamás. ¡Perradas de vieja disconforme! Después de los rezos, a ladrar con más enaguas a la caravana de su partido. Y tú que te montaste, la verás haciendo la señal del perrito estrambótico y garrapatero, que se muerde la cola por ser presidente de todos los rabicanos.
Algunos comicios atrás, con todo y que la “Malpapeada” de la “Ciudad y los Perros”, no era la que traía las pulgas”, porque Vargas Llosa no pasó con su novela bajo el rabo por esta calle, creció la flaquencia y aumentó la realengada. Entonces, un líder dientudo, con su peste rabiosa, mandó a los gobernados domésticos e indomables a comer piedras sancochadas; cuando las comieron se intoxicaron y les atacó la fiebre huelgaria. Votaron las perradas, y la misma fiebre y la misma huelga. Ahora, otro líder apestado de hipocondría, manda a comer yerba con manteca. Con las protestas, le muestran un paquete de yerba engrasada. Entonces, se pone furioso, y no sé por qué, ¿quién no sabe que los perros son carnívoros, no vegetarianos? Pero nada, votarán como locos por su perro rabicundo. Porque “perro güevero, aunque le quemen el jocico”.
--Ese perro e’ guapo y loco.
--Má’ loco que guapo.
--¡Bahh! “Ei perro que ladra no mueide.”
--¡A perro, coño! ¡Amárrenlo!
--Ve a vei si tiene rabia.
--Qué rabia va a tenei... eso e’ la crianza.
Se discutía políticamente. Esa perorata clásica y típica, esgrimida con la baba del arrepentimiento y la parcialidad.
Al tiempo de arrancar la hoja siguiente, deteriorada y amarillenta, con una vieja cátedra del cultivo de puerro en suelo salino, para luego seguir “botando el golpe” con estas perrafadas, veo viajar por internet imágenes virtuales acompañadas con música de acordeón, güira y balsié. Muestran a Superperro cuidando al país con su hocico a los cuatro vientos. El país con la lengua jadeante, está mordido. Entonces pasa una caravana rugiendo, en la que te montaste, con la constelación del león, y al pasar de una estrella a otra, como un carrusel, entre el sube y baja, canta un gallo iracundo, entonces se nubla el panorama de la pantalla y se vuelve a repetir la misma escena. En esa simbiosis de rugido y canto, en una mutación que espanta, veo al león convertirse en perro fanfarrón y realengo, y el gallo va perdiendo la cresta, se va quedando calvo, las espuelas se convierten en pezuñas de perro... Muevo como por instinto el “ratón” del PC, se disipa el Superperro en la estrella fugaz, y el león y el gallo, de un salto equilibrista, rugen y cantan al terminarse el jaleo musical de la “joya criolla”. Dejo este Internet maldito, termino de romper la hoja del cuaderno, y vuelvo a encontrarme con el loco que convierto en perro estrafalario en este cuento sarnoso.
--El loco presidente, ¿y qué? “De poeta y de loco todos tenemos un poco”.
--Pero no de perro y de loco. O se es loco o perro. ¿Y presidente?
--Es preferible un presidente loco que poeta.
--Lo mismo. Pero, ¿perro...? ¡Corre que te muerde!
Otra discusión pendeja entre un perrodomista doméstico y un peludomista peludo. Así no nos salvamos de la rabia. --Los pueblos se miden por su presidente, digo, mientras observo una mordida temporal en el cuaderno. Entonces este pueblo es un gran manicomio o una gran jaula.— Filosófico. Sustancial. Pero esto tampoco nos hace inmunes a las mordidas del subdesarrollo, a la rabia de la ignorancia.
--Dejemos al espécimen bambolearse con su estilo chabacano y estropajoso de ladrar, el tiempo que la ley y la Constitución mandan, y luego, si no sabe echar los nudos para un buen encaste, cambiemos el perro... ¿No dicen que “muerto el perro se acaba la rabia”? —dijo un loco.
Rompo una, dos, tres hojas más, el cuaderno se descuaderna: la fórmula de la ñemolea injerta; el híbrido de plátano bruto con plátano inteligente; las técnicas de vivero de pringamosa; el mito del espantapájaro; los experimentos con la mosquita blanca... El perro vuelve a ladrar. Mis tiempos de agronomía. Cien en yautía. ¡Qué guapo es ese perro! Cero en cultura. ¡Qué perro es ese guapo! Cien en musáseas. El poeta sabe de musas. El perro no sabe agronomía. Ni de política, ¡cojoyo! Aquí la veteranía agronómica no da ni para sembrar soga de cabuya para ahorcar perros. Por eso el loco se puso un rabo verde y fue un ejemplar sin ejemplo, un verdadero caníbal con sesos de mangú de plátano que pasará a la historia con rabia. Porque así lo quiso este país, desde el alba de Salvaleón hasta el crepúsculo del Masacre.
El día que vi al loco con la rabia en la boca, me gradué de agrónomo (Cum Laude), especialista en tubérculos. Ahora, saboreando este mangú encebollado, revivo este fermentado cuaderno, pongo un título sin mucha burocracia, y comienzo a convertir al loco en un perro panfletario.

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