sábado, 14 de junio de 2008

“ANTES DEL ECO, LA POESÍA; DESPUÉS DEL TIEMPO, EL POETA”
(PRESENTACIÓN ANARANJADA DEL LIBRO AZUL TEMPRANO DE SIMEÓN ARREDONDO)

POR RANNEL BÁEZ
Azua, Ciudad de Poetas. Setiembre 2002.

Para bien oír y bien escuchar lo que diré a continuación en este salón “perseverancia”, quiero solicitar, sin protocolo alguno, que tengáis la cortesía de destaponaros bien los oídos de las malas influencias destempladoras de tímpanos, y del cerillo que segrega el cuchicheo detectivezco y deportivo.

Utilizado ya el hisopo para poner las orejas dispuestas a impedir que se nos recuerde la parábola que sentencia “desgraciados los que tuvieron oídos para oír y no oyeron”, el siguiente paso es poner el pensamiento anaranjado, como si una estrella fugaz cruzara desnuda como mariposa de celofán por nuestro cerebro de animal vicioso y aventurero, réquete ahíto de discordias y pendejadas.

Esto como una terapia, como un relax, como un kamasutra, para que la poesía y el eco en el tiempo de Simeón nos llegue sin interferencias, sin virus brecheros y espías, sin antojos alegóricos, y sin las confabulaciones que descarrían el sentido común.

Hecho lo pedido, para acondicionarnos a este aire acondicionado, ahora vengo al grano, a la semilla, a la poesía, al libro azul temprano que hoy ponemos a circular en este espacio cuadrado, vestido a retazos de cortinas rojas y palpitante de corazones y cabezas con su mundo particular.

Antes, reafirmo que no soy crítico, ni “por la razón ni por la fuerza”, ni por herencia ni por profesión. La poesía se defiende sola, sin críticas criticonas. Me agarro de nuevo de Vargas Vila, quien comparó al crítico con un simio, que vivía colgándose del árbol de la gloria del otro. El arte no resiste la crítica, la mella y la repele. La poesía no se acoge a lo de que “soy crítico, nada humano me es ajeno”. El humano critica pero no mantiene, y ya he dicho que la poesía está fuera del hombre parlanchín y agorero.

La poesía no viene en potecito con roscas y etiquetas, ni en anuncios clasificados, ni se inyecta como una pócima de trementina. NO es lo mismo la palabra lenguaje, que la voz expresión. El llanto y la risa, por ejemplo, son dos momentos sublimes, pero por el hecho de que pronunciemos o que grafiquemos “estoy llorando” o “río a carcajadas”, no significa que se consiga este plano, es decir, que lloremos y que riamos. Se necesita, la necesidad, la sublimación de sustancias perfectas que hagan producir lágrimas e hilaridad.

La isla, el ismo (istmo), la bahía, el arrecife poético está poblado con vientos sin puntos cardinales, haciéndose huracán de angustias y esperanzas en el epicentro de una “realidad real” y de una “realidad imaginaria”, magmas utilizados por los poetas “sorprendidos”, como bien señala Bruno Rosario Candelier en su ensayo “El Sentido de la Cultura”.

Pero vamos a ver, si le sacamos tiempo al eco o eco al tiempo. Dije, en mi libro Orbe Perverso, recientemente ganador del Premio Internacional de Poesía, que no se puede ser poeta y hombre a la vez, porque la poesía no es cadáver, entonces, hace unos años conocí a Simeón Arredondo, hoy conozco al poeta. El hombre está allá, en su paraíso e infierno, en su bulevar e iglesia, en su tálamo o en su retrete, obrando, naciendo, creciendo, multiplicándose, pecando, vegetando y muriendo, pasando trabajo con el trabajo de pasar el camello por el ojo de la aguja; el poeta está aquí, en este libro azul repujado, en estos poemas anaranjados, en estos ecos del tiempo, donde no morirá, porque el poeta no es cadáver, desde donde seguirá jugando a las metáforas, tejiendo laberintos, saboreando angustias, mojándose de cotidianidades. Aquí se quedará, porque antes del eco, la poesía, y después del tiempo, el poeta.

Dice Robert Berroa, el prologuista del libro Ecos del Tiempo, que Simeón, “convierte la poesía en un medio para expresar su responsabilidad frente a la sociedad”, pues, “corre demasiado detrás de la denuncia olvidándose de lo poético, pero este ha sido el pecado de casi todos los jóvenes poetas”, sin embargo, otra cosa nos parecería decir Robert al señalar, que “como alas de aves marinas se levantan sus versos en nuestros ojos y caen en el alma con silencio y ternura”, refiriéndose a los versos anaranjados de Simeón.

Es verdad relativa que en Simeón hay algunos ecos que se oyen en los arrecifes de la objetividad que impone la proa de la ideología y el velamen comunistoso, pero son vientos sueltos de los huracanes del trópico sudoroso y negro, de azúcar y melaza, de cocolo y taíno, de la tierra del Este con su epicentro de caña y de guloyas, que se airean en poemas como “Obrero” y “Reflexiones”. Pero entre el eco y el tiempo hay un horizonte de girasoles a sotavento, y Simeón Arredondo se arremolina en su discurrir poético, y nos dice en su “Advertencia”: “¿Quieres amor?/ Búscalo en la sombra del viento. En los labios frágiles de la luz, en las paredes infladas del horizonte. En las duras rocas de la vergüenza. En las ventanas abiertas de la verdad...”
Entonces, Simeón, huyendo de ser un “traficante de miseria”, como encajonan Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa, a políticos, curas, militares, intelectuales y poetas, empresarios, sindicatos, en su atrevido y documentado ensayo, titulado Traficantes de Miserias, alejándose de esas culpas universales, se acerca al poema, toma un eco y lo deja rodar, y se siente en “Un Día”, a un Simeón poeta del tiempo, cuando nos dice: “Un día, el mar no podrá beberse todos tus lamentos./ La primavera no absorberá todas tus penas. Los peces no beberán todas tus lágrimas. Los lirios no mitigarán todo tu dolor./ Las gaviotas no podrán llevarse entre sus alas todo tu desconsuelo. Tampoco las mariposas podrán con tu tristeza. Ni las golondrinas con tu llanto. Pero un día cualquiera, el mar, la primavera, los peces, los lirios, las gaviotas, las mariposas, y las golondrinas vendrán junto a tu pecho. Entonces florecerá la alegría en los labios del alba. Y una sonrisa anaranjada echará a rodar”.
Esta misma sonrisa, que si ustedes, pusieron su mente anaranjada,como les pedí al principio, les brotará de sus labios, sin darse tres golpes en el pecho, cuando tengan los Ecos del Tiempo, cuando no se mueran ni se pongan viejos, andando por sus versos.
William Mejia, Dramaturgo, novelista y escritor, y actual Presidente de la Sociedad Cultural Athene, institución que auspicia este acto solemne, aplicando una norma establecida por las nuevas autoridades de esta casa de la cultura de Azua, del sur y del país, la de someter a una crítica previa los textos que se pondrían en circulación en estos salones, para no caer en fiascos aduloneros ni en timaciones amiguistas que puedan herirnos “hasta el amor propio”, leyó el libro de Simeón, y en un párrafo, escrito en la última página del libro, con letra suelta y quisquillosa, nos dice que, cito: “Veo en el poeta como si fuera un grito ahogado, entre lo existencial y la esperanza. Pero es un grito repleto de imágenes visuales, de un ritmo poético poco frecuente en los noveles. Este tipo, Simeón, no parece el aprendiz del “candado”, pese a un par de sonoros gazapos que se le van a cualquiera, y no obstante su pasión que de vez en cuando doblega al verso”, termina la percepción de William sobre el Simeón poeta.

La poesía en especie y esencia es un peligro en peligro de extinción, dije y no me arrepiento. Tiene un “candado” de burocracia la creación. Ya no se inspira, sólo se respira el esmot y la contaminación de un mundo encorbatado y parejero. Está en veda la sensibilidad de las ideas hondas y anchas. Por la cualquerización de las sustancias, de las cosas, fulgurantes y acuosas, sutiles y elementales. Mueren ignorantemente, con una muerte humaniática, los sueños selváticos, las utopías telúricas, la cotidianidad madura, las visiones imantadas, las quimeras mojadas. La inercia del arrebato creador, por la chilata de sueldo y por un café de bulevar. La mutilación del instinto por el “air conditioner” y el ascensor. Las haraganerías de “risort” de inventar mundos y sembrar atardeceres, por la computer y la goma de mascar. El soborno del mundo interior por el precio exterior del mundo. El mundo automático aherroja y mohosea todo el engranaje de las utopías. Las computadoras y la automación bajan el voltaje y la impedancia de las neuronas. La cultura de lo fácil va pudriendo la libertad. Los políticos habladores cada vez son más y nadie dice nada... El producto bruto interno mental cada día es más bruto, y produce menos. A la velocidad de la luz, nos vamos integrando por ósmosis y por catarsis a la FVI, Federación de Vagos Independientes. Cada día se orquesta un plan para matar las ilusiones. Pero ¡hágase la poesía!, aparece un sobreviviente en el laberinto, naufragando en el “mar”, “que no recuerda el recuerdo/ y no olvida el olvido. Aparece un poeta en su arrebol mundanal o en su mundo arrebolado, un demiurgo atrevido e ilusionado, que poetiza desde sus meandros, “en este vaivén desorganizado/ que muchos llaman vida/ mueren mutiladas las primaveras.” Aquí no hay espacio/ para el espacio/ ni tiempo para el tiempo”, pese a que Freddy Gatón Arce, extraordinario poeta de San Pedro y del mundo, en su libro Retiro hacia la luz, dice que “números/ cábalas/ meteoros/ infortunio/ alegrías/ ni gobiernos/ estremecen tanto como la primavera y el otoño”.

Para finalizar, con un final infinito, con un final sin eco ni tiempo, con un final de tonos anaranjados lo hago citando a otros dos poetas de San Pedro, que se salieron del pellejo para serlo, me refiero a Marcio Veloz Maggiolo, quien en su antología “La Palabra Reunida” nos habla en su “Lucha Poética” que “los poetas oligárquicos y los poetas proletarios iniciaron su lucha. En el fondo los poetas oligárquicos no necesitan ser poetas para ser oligárquicos, pero los poetas proletarios necesitan ser proletarios para poder un día ser oligárquicos. El poeta oligárquico se dedica a evacuar, desde arriba, a los poetas proletarios. Y los poetas proletarios quisieran evacuar desde abajo a los poetas oligárquicos. En términos generales los poetas oligárquicos son poetas con clase social definida y nunca bajarán al cieno de la proletarización, tienen conciencia de clase y se definen geniales ellos mismos en periódicos, revistas, mesas redondas, telemaratones y anuncios de Cocacola. Los poetas proletarios son también poetas de clase, pero no tienen suficientes telemaratones , mesas redonda ni conciencia clasista como para reventar a los poetas oligárquicos, que, en el fondo no son poetas, pero que dominan la poesía, ¡válgame Dios!
¿Cuál quiere ser usted? Proletario u oligárquico. Los dos tienen boca y tripa y culpa, en este vivir entre el bien y el mal, entre diablo y dios, entre la conformidad y la negación. Por esto, “aunque salga pato o gallareta”, pero sin arrepentimiento que valga, yo me quedo con Simeón, porque “aquí alguien dejó una palabra, una lágrima, un lamento, un suspiro, un gemido, una canción, una voz. Aquí alguien dejó, tal vez sin saberlo, las huellas del dolor”. Y hoy aquí Simeón deja su rastro poético en el Eco del Teimpo.

El otro poeta es Víctor Villegas, quien en su libro “Diálogos con Simeón”, dice “has comprendido tantas cosas, Simeón, resignación no oculta tu cabeza, sino poesía, estado sobre estado el amor, que es gestación, fuerza en la mansedumbre y la alegría...” “Dime, Simeón, por qué enfrentó los hombres a los hombres y cercenó a la mayoría sus deseos”... Y Simeón contesta desde su habitácula, desde sus Ecos del Tiempo, “en esta isla de fantasmas y tumultos, sufren los cañaverales, en las tardes olvidadas. La sangre del horizonte brota y se derrama, sobre el rostro del olvido. Y en el filo del fuego muere el canto de cada día, y muere el azul, cada mañana.”

Porque la poesía es incolora pero no descolorida; porque la poesía es insípida pero no desabrida; porque la poesía es inodora pero no innarizada; por eso el libro de Simeón es un libro azul repujado con versos anaranjados. Venga a nos tu reino, nuevo libro, de un poeta que necesariamente tiene que salirse del cascarón humano para serlo.

Un saludo cuadrado y redondo desde este sur, que si fuera el norte “sería la misma vaina, el mismo disparate y los mismos bemoles... ¡Arre! ¡Arre! Simeón Arredondo, el “Eco del Tiempo” es un caballo de “pasiones y cosas”, de “poesía poética”, como dice Neruda, cabalgando, como tú dices, “bajo la sombra espesa del tiempo”, “sobre el rostro moribundo del camino”, subiendo “ uno a uno los peldaños en la escalera del tiempo” de tus versos simeónicos, versos anaranjados de “este hombre que cabalga al borde la oscuridad”, que “busca con pasión el canto que trepa los hombros del viento”.

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