sábado, 14 de junio de 2008

UN COMENTARIO BAJO EL FRESCOR DEL LIBRO DE EMILIO HARD STONE

Por Rannel Báez


Todo el mundo sabe quien ganó cuando “el amor y el interés se fueron al campo un día”. Y siendo “el amor ciego, deja su marca de fuego en la mujer que se adora”, declama el Indio Gaucho.
En la literatura, el amor es un tema tratado al revés y al derecho desde tiempos inmemoriales. Amor y Odio son temas rancios ya para el discurso poético. Pero siempre hay espacio para tratar el tema. Ejemplo clásico es el amor imposible, melancólico hasta la muerte, de la María de Jorge Isaac.
En el libro de Emilio Piedra Dura (Hard Stone), que hoy nos ocupa un comentario fresco, el amor y la suerte se fueron al campo un día… y más pudo el amor que la suerte que tenía… Fue posible describir el amor bajo el frescor de la lluvia cayendo en el techo de palma de una enramada furtiva… Pero la suerte salió preñada y murió. Pero antes, bajo el frescor del amor, nació el relato de Siréi. Esta Sirei, puede ser una sirena o una mujer real… Y es que en la literatura, la realidad y la imaginación se fueron al campo un día y más pudo la imaginación real y la realidad imaginaria que la real realidad que había. En el relato de Emilio hay mucho de realidad real, por eso no hubo suerte en el amor (el loco no tiene suerte), y Sirei, para vivir eternamente, requiere una lluvia de imaginación real bajando por el caudal de un río de realidad imaginaria. Emilio se deja dominar por la suerte del relato real, por eso Sirei se queda “desde los cromosomas de (su) alma amarrada felizmente a (tu) existencia”. ¿A la del autor o la del personaje? ¿Quiénes fueron los que volaron como “colibríes hacia unos arbustos con la desnudez en las manos”? Esta metáfora romántica, como las demás que “bajo el frescor de la suerte” van amortiguando el relato, en su cotidianidad romancera, van al corazón del autor y de Siréi, Sirena, Mujer o Sueño.
Para Emilio el Amor y la Suerte andan juntos. Ni el amor ni la suerte se pueden definir con diccionarios “carentes de sentimientos”. La gran suerte es amar. Y amar es una suerte del azar en este mundo de Sirei, pese a que “por amor se han creado los hombres en la faz de la tierra”, como dice la canción de Solano que le bailaban en el relato los dos pichones que amanecieron abrazados en la hamaca del rancho de un conuco de Humela, nombre del pueblo que si mi olfato de perro poeta no me falla significa lugar de humo. Y cuando a uno se le van los humos a la cabeza, no es cuestión de suerte, y el amor solo puede surgir de las cenizas, porque hubo candela, del fuego poético. Para el personaje, para el poeta Emilio, hay que “amar o morir… el amor es el alma de todo…” como dice Dany Rivera. Lónder y Emilio, entre Humela y Malire, tuvieron la suerte de amar en un relato amoroso donde Sirei se hace romance Perenne.
Emilio, en este relato, cambió la silla de ruedas de su cuerpo físico, por las sandalias de Perseo, y se tropieza con una “lluviosa y mágica tarde de octubre” y empalagado de amor discurre en su historia poseído por su “golosina del cielo, biscocho de brisa y refresco de nubes”. Al final, lo dulce trae lo amargo aparejado, y como la suerte fue verde se la comió un burro, ironizan en el campo, el amor de Emilio se diluyó como la misma lluvia río abajo, murió el amor viviendo en el relato, y Emilio se quedó “sentado en el sillón de madera callosa que (nos) muerde las nalgas en el parque del escarnio, donde nos sienta el mundo como a un cachorro sin dueño”.
El autor se meció bajo el frescor del relato, gozó la suerte del amor de Sirei y sufrió el instante de su partida real, humana, grávida como una mujer de carne y hueso, hacia el mundo de Dios. Y se quedó en Malire, ciudad de la malaria humana.
Antes del desenlace todo era color de rosa, como en las lunas de miel del famoso vals de las nupcias. Poeta y Personaje vieron a Sirei con su “traje de nieve con su simpática cola, con tres metros de risa”. En el momento íntimo en que Sirei “posó un algodonoso beso que supo a tela de coco verde” que lo dejó bebiendo agua dulce en calabazos de cariño”. Todo respiraba poesía de viento, música de cuerda. Pero, el pero que nunca falta, sin que importen el amor y la suerte, el frescor del relato comenzó a cambiar cuando Sirei dijo que estaba preñada y su vientre comenzó a inflarse como un “globito infantil”. El autor y el personaje tenían “el corazón como el pistón de la moto que huye por el cilindro, hacia el justo desenlace de la fundición, cuando se ha dejado al azar la lubricación del conjunto…” Toda esta imagen para decirnos que algo se fundía… que la suerte le jugaba una jugarreta. Que Sirei se iba en “una noche de macilentas brisas y aguijoneante calor de alacrán”, se moría llena de vida por dentro, llena de amor, en una noche azuana y sin suerte. Una noche en la que “resultaba más fácil ver las patas de las culebras” que conseguir los medicamentos para poder salvar la vida real de Siréi, en este mundo realmente injusto. Sirei es un símbolo para el autor, y su vida no dependía de medicinas, ni de la suerte, su vida depende del relato… y allí vivirá.
El libro de Emilio aborda un tema cotidiano, con un lenguaje cruzado de relámpagos metafóricos.
Cuando lean el libro de Emilio van a descubrir que la noche que amanecieron “bajo el frescor de la suerte”, al inicio del relato del amor real, el autor/Emilio/personaje/Gonder y Sirei/personaje/realidad entonaron “odas de salvaje pasión e incomparable suavidad, con versos que inician a veces con ¡oh!, a veces con !ay!, y, que casi siempre, terminan con un ¡!uh!! prologando”.
Sirei, nació, vivió y murió para vivir bajo el frescor del relato de Emilio Hard Stone.

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