sábado, 14 de junio de 2008

VÍAS Y CRUCES POÉTICAS
EN LA CRÓNICA DE DILANDO SÁNCHEZ

Por Rannel Báez.

Escribir una novela no es “paja de coco”. Porque “silavé”, puede resultar coco sin paja, y si por el contrario “nolavé”, podría guayar paja sin coco. Sin obviar que nosotros somos muy dados a ver la “paja en el ojo ajeno”, y nunca vemos ni sentimos la pajota en el nuestro. Cuando se trata de criticar, del verbo chismear, al otro, no hay quien nos de gabela. La crítica literaria es otra cosa, según los críticos literarios. Vargas Vila comparó al crítico con un mono que vivía trepándose en el árbol de la gloria del otro.
Yo ni soy crítico ni soy mono. Yo soy un pecador común y corriente, familia de Dilando, amigo del poeta, y charquero de nacimiento, por lo que no voy a criticar, ni humana ni poéticamente, la novela del escritor Dilando Sánchez, quien viene trillando su víacrucis creativo desde “Provincia”, hasta “Loma Adentro”, ensillando su “corcel de amarguras” y dirigiéndose “hacia un horizonte indefinido, siempre en busca de la inexistencia”, como él mismo advierte.
En estos minutos, de crónicas y viacrucis, sólo voy a despotricar algunas informaciones de los “eruditos de veletas y veleros, de noveletas y noveleros, haré algunas percusiones rannelísticas, y luego puyaré mi gacho brioso para irme rumbo a “Cañada Honda” o “La Acequia” literaria, en la búsqueda de las vías u cruces poéticos en la Crónica de Dilando Sánchez.
Primero es bueno recordar lo que dijo un escritor del Boon Latinoamericano para definir al que escribe: “el escritor es un 10 % de cerebro y un 90 % de nalgas”, y esto así, para interpretarlo, por que el escritor requiere de paciencia imaginaria, que lo aferren a la silla de la creación hasta que las nalgas se le acalambren, para que la obra de arte salga pulida y logre sus efectos mágicos.
Según Henry James, citado por Silvia Adela Kohan, en su libro experimental ensayo “Cómo se escribe una Novela”, en el título “el Territorio de la Novela”: “de todos los cuadros, la novela es el más amplio y el más elástico”.
Por esto se dice que la novela es el género de “largo aliento”. Hay novelas de mil y pico de páginas como “Los Miserables” de Víctor Hugo, o el “Ulises” de James Joyce, pero ya no hay mil y pico de lectores que se enfrenten con estos novelones, porque ahora la computadoras, los DVD, los Vídeos, el Nintendos, los CD´s y otras diabluras y maquinarias están ocupando todo el tiempo y la mente, y el cerebro y las nalgas de la gente.
La novela de Dilando tiene 130 páginas de libro, pero tiene una cantidad inmensa de páginas que vuelan en la imaginación. Se puede leer de un tirón de muchos años y recuerdos. Y es que la novela de Dilando es una crónica de un viacrucis, que tiene muchas vías y cruces poéticos.
Cuenta la historia cruda y real de una mujer-personaje de “Provincia”, ciudad metida en la época de Trujillo, quien se desahoga, recordando y contando, en un monólogo cinematográfico, frente a su comadre, quien sólo esgrime gestos y emite sonidos guturales, ante la caterva de vicisitudes, ante el pandemónium de calamidades y desgracias, por las que atravesó su comadre, viuda tres veces (de un hatero, de un comunista y de un obrero), y ahora casada con un manganzón, con quien ha procreado un hijo, que se tira todo el relato histórico-poético-novelístico de su madre, acostado en una cama, desde donde observa, quizás con inocencia o incredulidad, los ojos brillosos de su perro Negro, y luego reproduce todo lo contado por su madre, en forma de una película de largometraje, que como “salida de un útero profundo”, como de un abismo, de donde salen los recuerdos (“que atravesaban las sienes como bayonetas filosas, inodoras e incoloras”) en blanco y negro, proyectados en una pantalla segadora, en donde aparece un joven (el hijo de la mujer del viacrucis) “casi vagabundo y estúpido dobla la esquina para chocarse con su propia realidad. (...) Cerró los ojos buscando el diablillo de su inventiva, encarnándolo en cuerpo y alma, narrando así en primera persona, atendiendo miles de cámaras a la vez, como si aquel rodaje tuviera que salir de su propia boca.”
Así comienza a narrar los recuerdos narrados por su madre, frente a su comadre y frente a él y a su perro Negro.
Esta mujer de la novela de Dilando podría decirse que es una azarosa, pero es una campeona de las adversidades, es una heroína natural de estos pueblos nuestros, donde hay que “pelechar de a duro” para poder sobrevivir, máximamente para los tiempos de tiranías.
Pero lo que sí podemos afirmar con categoría es que esta mujer es una novela en sí misma, con una carga poética desbordante. Es que con tanto gusto cuenta sus valladares y se remonta como protagonista de sus recuerdos, que no hay forma de discurrir en su relato que no sea manifestándose poéticamente, para atrapar a su comadre en su magia o en su imaginación, en su buena memoria de mujer de carne y hueso, pero que ha pasado las mil y una, y ahora cuenta de mil una forma todas sus crujías.
Es lo anterior o es que Dilando se metió en el personaje y lo medeló a su manera, y el caudal poético de Dilando, porque sabemos que Dilando es poeta, eclosionó, se desbordó en esta mujer, que quiere seguir contado la Crónica de su Viacrucis.
Veamos algunas de esas vías y cruces poéticas y filosóficas en la Crónica de Dilando.
“Si el Mesías se tarda otro milenio, comadre, en el lugar donde dejó el sistema solar encontrará un oscuro vacío”.
Es una herejía metafórica vestida con la ropa de su situación.
En unos párrafos que parece como salidos del mundo marquiano, la mujer cuenta como se resolvía el asunto de su “chaucha” cuando trabaja, como “chopa”, donde una señorona capitaleña:
“Cuando a esa vieja la renacía la menopausia: desayunábamos pan con mantequilla, almorzábamos pan con mantequilla y cenábamos pan con mantequilla. Yo aguantaba ese ramadán, gracias a una paisanita que vivía en el edificio contiguo... Nos comunicábamos a través del tendedor con pequeños telegramas, por ejemplo: “pescado duro”, ella entendía el mensaje enviándome de vuelta algunos purgantes. “La sanguijuela amaneció loca, pan y pan”, ella entendía el mensaje y me enviaba una cacerola de comestible, un bultito que viajaba de polo a polo vía satélite...”
No es una mujer común y corriente quien narra, quien cuenta sus recuerdos de esta forma. Por eso digo que Dilando se metió en la boca, en la narración, y en el recuerdo de esta mujer de Provincia, y dispuso en ella toda su carga poética, toda su filosofía, toda su ironía, todo el humor de su pensamiento de poeta.
“Esa maldita vieja tenía contadas todas sus pertenencias: las piezas de los dormitorios, las del comedor, las del baño, las del patio, las de la cocina, y las de la nevera, desde las bolitas de aceituna hasta los tragos de agua...”
¿Quién es el sátiro exagerado? La mujer cronista o el poeta Dilando, desde su condición de narrador omnisciente.
Veamos como define la mujer el trabajo que hacía su amiga paisanita, la que le completaba la barriga cuando la “maldita piraña y arpía” sólo le daba pan y agua, y agua y pan en todo el día: “Su menester consistía en cuidar una maestra de antaño (quizás una maestra del tipo de Doña Onaney Calderón) que ligaba las matemáticas con nombres de animales y efemérides, por ejemplo: “tráigame una botella de conejo y un teorema azul para ver si comen solos”. “Gabriela Mistral esta gallina se está comiendo una raíz cuadrada”. “Alejandro Magno, tráeme un pez de trigonometría”. “Juan Pablo Duarte analízame este soneto de segundo grado”.
En estas formas absurdas, imaginarias, poéticas solo cabe la mente de un poeta, la mente de Dilando, metida en la mente de esta mujer que cuenta su viacrucis como en una crónica novelada.
Y es que como dice Silvia Adela Kohan, en su libro ya mencionado, “la ficción nos permite trabajar con la “mentira” (entre comillas) para decir la verdad”.
Pedro Trigo, en su ensayo “Narrativa de un Continente en Transformación” asegura que “el novelista latinoamericano revela, descubre, inventa; ese es su realismo, la contribución que aporta a su pueblo, de alta significación antropológica”.
En un cruce de sabiduría popular, la mujer narradora de Dilando, o el Dilando enajenador de la narración de la Mujer, aparece la denuncia social, política, sin rayar en el panfleto llano y abierto. En la página 11 del viacrucis, la Mujer al denunciar al “hombre honesto de la política” dice, parafraseando al Diógenes “el cínico”: “¿Usted oyó hablar de un desquiciado que anduvo a medio día por las calles de su pueblo, con una lámpara encendida buscando un hombre honesto?” (...) “Hace falta uno, que vaya provincia por provincia, con un microscopio al hombro, buscando un político que sirva. ¡Casi todos armonizan una partida de sinvergüenzas oportunistas¡”
En otro cruce, denuncia: “El pueblo se rejode cogiendo fuego, para que dos o tres se lleven los lauros. Eso mismo pasa con las campañas electorales: unos son del gato; otros, de la gata”.
Y aún más incisiva esta mujer de Provincia, que tiene la lengua suelta en sus recuerdos batallantes, y frente a su hijo, que la oye y ve los ojos del perro, para luego contarlo como si fuera una película de suspenso, o como un entremés de estúpido empecinado, en otro párrafo, habla como una política de la oposición: “Cuando se habla de corrupción la gente automáticamente piensa en aduanas, congreso, sobres en blanco, educación, lotería, suprema, etc. Porque resulta fácil hablar de liceos, puentes y carreteras con vicios; de furgones de estufas extraviadas, premios profesados clandestinamente, estrategias de hábeas corpus, de regalías, de exoneraciones, y mil vainas más.? Cuánto gana un general en este país, donde hay más de sesenta y con uno basta? ¿Cuánto gana un cura, un obispo, un cardenal? ¿Cuánto se supone que gana un político por hablar hasta por los codos? –dicen que hay libertad de expresión, pero usted camina el país entero y no se choca con ella. A cualquiera le anochece y no le amanece.”
Estas son preguntas claras en los claros recuerdos de la Crónica de esta Mujer en el viacrucis escritural de Dilando. Esta mujer sabe lo que dice y Dilando también.
La forma de discurrir la narración de Dilando en su tema novelado, confirma lo que concluye Giovanny Di Prieto en su ensayo sobre la “Mejores Novelas Dominicanas”: “Es nuestra convicción, en efecto, que el gran tema de la novela dominicana ha sido y sigue siendo el de la suerte del país.”
Un momento tierno, maternalmente sublime, lo encontramos cuando, la mujer, a la que penurias le van y le vienen, un verdadero viacrucis, le cuenta a su comadre, casi con rabia y con orgullo: “Me largué con mi negrita, con mi cachorrita, con mi pétalo de lirio que parecía salida de un cuento chino: limpiecita, dulce, graciosa que sonreía al mínimo detalle. Lavando, planchando, vendiendo queso y tejiendo mantelito, suplía nuestras necesidades.”
En otra esquina del viacrucis, se clama la Mujer, como para acabar en una metáfora todas sus amarguras: “Siempre me he preguntado de qué tamaño serán los sacos lacrimales que a pesar de tantos martirios, aún quedan lágrimas para derramar.”
Pudiéramos seguir, cruzando vías, andar y desandar la crónica desprendida del recuerdo de esta Mujer de la Novela de Dilando, pero estas páginas se van quedando sin combustible, no porque le echamos para un viaje corto, sino porque la gasolina está muy cara, y mi burro gacho no usa gasolina, y esto es una verdad fuera de la novela, aunque la mujer de Dilando lo sabe, y usted también, por que vamos a doblar a la izquierda, rumbo a la provincia del recuerdo, sin meternos en rojo, no sin antes tocar la bocina en lo siguiente:
Dice F.J.J. Buytendijk, en su libro “La Psicología de la Novela”, estudio sobre Dostoievski, “Las novelas en cuanto creaciones artísticas no son formas en las que descanse el espíritu –como en una naturaleza completa-, sino que son –como composiciones musicales- permanentemente creadoras, movimientos espirituales, que exigen por consiguiente, que tenga que descubrirse sin cesar lo formado en lo informe y tenga que abandonarse sin cesar también lo arbitrario...”
“La novela no es una creación de la nada” (el escritor William Mejía asegura que se puede hacer una novela sobre una gota de agua). Hay en la novela algo dado y una disposición. Lo dado reside en el mundo, en la historia de los hombres y en las estructuras y los sucesos...”
“Es indudable que la novela crea también situaciones emocionales que, despojadas de todo accesorio, nos conmueven más profundamente, que en la vida concreta. En estas situaciones se revela lo horrible, lo fatal, el pecado y el arrepentimiento, la pena el perdón y la redención, la alegría, la felicidad, el amor y el odio, lo noble y el dolor...
Por su lado el gran escritor e intelectual cubano Alejo Carpentier, en su libro “La Novela Latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo”, advierte que: “el novelista de nuestros días se siente, bajo muchos aspectos, retrasado con respecto a su época, retrasado con respecto a hombres que no le desean ningún mal, que hasta leen sus novelas, pero que viven en esferas que él no alcanza. Vuela en avión sin saber por qué debe ajustarse el cinturón. Rosa el mundo extraordinario de la aviación comercial, sin llegar a conocer sus mecanismos. Asiste a la partida de los cosmonautas; ve las fotografías que ellos traen de sus viajes; se vuelve hacia el mundo de la medicina, y se encuentra frente a un lenguaje cerrado; se vuelve hacia los investigadores científicos y se encuentra ante memorias, monografías, informes, de los cuales no entiende absolutamente nada. Sin embargo es un mundo apasionante”. Un mundo de novela, un mundo de muchas crónicas y de muchos viacrucis, aunque no de muchos Dilandos, que se atreve a escribir en un mundo acelerado, embobinado, endrogado, con Bush en el Norte y Bin Laden en el Sur, un mundo tan desmundado, en el que lo último que se haría sería leer una novela de un novel.
Pero la novela vive, con su crónica y su viacrucis. A esto advierte el mismo Carpentier: “Si la novela deja de alcanzar a su época, si no puede ya traducirla, expresarla, fijarla, ¿cuál es el destino de la novela? ¿de qué sirve escribir novelas? ¿Qué hacer de la novela?
Antes de doblar, y antes que la comadre bostece, quiero tomarle la primera persona a la mujer de Dilando y comenzar a desaparejar mi burro gacho, con su narración ...
“Si algo se me olvidó, lo contaré después: No se preocupe, nunca repito, aunque le aseguro una cosa, comadre, todo es vanidad, y cada cual hace con su destino lo que mejor le parece. Los años pasan y las piedras quedan, algo extraño pero cierto. (...) Otra cosa, la última de este diálogo en que usted no quiso hablar. Cuando salgo al patio y veo murciélagos colgados en el hueco de aquel cocotero, cierro los ojos tratando de verme interiormente y, sin lugar a dudas, compruebo que he vivido muchos años...”
Sólo me resta corroborar lo dicho por el Poeta Mateo Mórrison en el prólogo de la Novela: “Al recibir este texto narrativo “Crónica de un Vía Crucis” de Dilando Sánchez notamos la habilidad de contar que es un factor inicial para todo narrador y nos damos cuenta que el desafío a la página en blanco, reto de todo escritor es asumida con seriedad, pero con la convicción de que es un duro oficio que amerita de dedicación, esfuerzos y lecturas permanentes.”
Por esto creo en la crónica de Dilando y en el Dilando novelista y poeta, y porque como él mismo dice:
“No sé realmente de dónde vengo, ni exactamente hacia dónde voy; sin embargo, procuraré seguir adelante”. La suerte está echada.”

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